Rafael Lugo Naranjo (Quito, 1972) es un columnista que, en la calle, no se desdice de lo que ha publicado. La reflexiones que sostienen su narrativa tienen su origen en la realidad íntima y nacional, una que no esquiva sino que afronta aunque, a diferencia de Ignacio, protagonista de su más reciente novela, él no quiere morir en Ecuador, sino lejos.
Este diálogo, hecho frente a una taza de café, pero que bien pudo ser sobre cualquier calle, pretende explorar el hilo invisible entre lo real, lo que aqueja, preocupa al autor y lo ficticio, aquello que estremece y entretiene al lector.
Eres un columnista provocador. ¿Hubo quien te quisiera censurar alguna vez?
He tenido dos eventos a los que no sé si se les pueda llamar censura, porque al fin del día el editor de una revista, por ejemplo, es el responsable de lo que pueda publicarse o no.
La primera vez que me dijeron ‘este artículo no va’, en la edición ecuatoriana de la revista Soho, se trataba de un texto sobre la Virgen María. Me cuestionaron que podía caerle mal al dueño y eso les parecía innecesario.
La segunda, una situación antipática para mí, fue que, en un colegio de Quito, una profesora de literatura había pedido Veinte, mi novela para que la leyeran en un quinto curso y una madre de familia se opuso. Lo antipático era que le hicieron caso, nadie le explicó que no es malo que un libro tenga lo que llaman ‘malas palabras’ y ella los convenció. Al final, el título no estuvo en la lista pese a que, en otros planteles, como el Colegio Alemán de Guayaquil, leen ese texto sin problema, lo han hecho unas seis o siete promociones y no ha habido ‘daños’ que lamentar sino que hubo una chévere relación con los estudiantes.
La novela 207 narra la historia de un hombre enfermo, con cáncer terminal, es como una larga reflexión sobre el filo del abismo…
Pero tiene más que ver con la literatura, con el enfrentarse a escribir, a lo que aspiras y puedes hacer con las letras, también con lo que no se alcanza a hacer con estas. Es una historia sobre lo que cuesta escribir, y es agónico hacerlo: plantearse el reto, la idea, y dejarse llevar por la historia que te está martillando la cabeza… la novela tiene todas las facetas de la agonía porque en la escritura hay que borrar y corregir y es vencerse a uno mismo, en sus limitaciones y carencias, antes de publicar.
¿La edición es lo más complicado de esto?
Es más antipática la parte en que te muestras, es como pararte en pelotas frente a un auditorio. Luego, ver si estás acompañado o no por alguna editorial, ver si habrá una difusión, unos espacios. Pero, al fin del día, uno está solo. Son raros los casos de editoriales que soportan al cien por ciento a su escritor.
He estado más solo en la etapa de la publicación que en la de la escritura, en la que tuve la presencia de amigos, que me ayudaron, leyeron cada capítulo y me corrigieron, con conocimiento de causa.
Veinte fue publicada por Alfaguara…
Esa experiencia fue genial, fue mi primera novela. Bastaba que me hubieran publicado, yo me daba por bien servido. Había ahí una institución atrás. Luego, 7 fue una edición prácticamente propia porque, como se dio todo, las cosas no fueron avanzando. No esperaba nada de nadie, sabía que tenía que hacer todo. Y ahora estoy con una editorial nueva, (la de la USFQ) que está armándose. Una novela necesita un muy buen impulso los primeros tres meses de publicada, porque son miles los libros que diariamente salen en el mundo. Entonces, si en ese pelotón no pegas un pique, te pasan pisando. La gente de las editoriales conoce eso y son críticos, para que logres ser constante, te mantengas y seas visible.
Las librerías sacan de las perchas lo que no resuena ante tanta oferta. Las librerías no acumulan stock y tienen cosas nuevas, ahí, llegando cada día. Además de que la obra literaria sea buena y de que se pueda defender por su cuenta, debe haber un trabajo correcto para que, en seis meses, no desaparezcas.
Pese a eso, son pocos los autores que admiten que desean ser leídos…
Para qué publican entonces. Eso de ‘a mí no me interesa la fama, los premios ni que me lean’ es una farsa, de ser así, no publicarían. Bastara con que guarden sus memorias y nada pasaría. Lo honesto, al menos en mi caso, es admitir esto: quiero que me lean, esto no es cuestión de consumir árboles para que se conviertan en hojas, sin más. Algún sentido debe haber.
¿Cómo explicarle a quien no es lector habitual que la literatura puede salvar?
En esta época, de la satisfacción inmediata, le diría que entienda que el problema que tiene en este momento no se va a resolver leyendo una novela. Es decir, los $ 200 que necesitas para pagarle a un chulquero (usurero) no los vas a conseguir leyendo un libro, pero hay que leer porque, tal vez en 5 años, ya no caigas con chulqueros por el hecho de que leíste, de que sabes otras cosas.
La lectura es una solución de largo plazo. Tienes que renunciar a la satisfacción inmediata. Aparte del gozo estético, que sí es inmediato, la construcción de la persona a través de la literatura no se da en un día ni en un año. Hay que tener paciencia.
Cuando se habla de austeridad fiscal y se excluye de lo prioritario a la cultura, como en estos tiempos, ¿significa que el gobierno tiene esa paciencia?
Los burócratas son lo más alejado al arte. No lo digo despectivamente, pero son efectivistas. ¿Por qué no siembran árboles los políticos?, porque no los pueden madurar, lo harían solo con una máquina que les traiga árboles de 20 metros. Lo que parece chico y requiere paciencia no es su prioridad.
Ahora, en relación al arte, creo que es importante que un Estado invierta en cultura, por supuesto, haciendo el mayor esfuerzo en no convertirla en otra herramienta de propaganda (algo casi imposible en épocas como esta, de proselitismo), pero no estoy de acuerdo en que los artistas se crean acreedores porque su actividad no es rentable, que tampoco lo es en ningún país.
No creo en ese discurso sobre recibir impuestos ‘porque soy artista’, esa actitud no es correcta, hay que tener un equilibrio. Imagínate que a alguien a quien le va mal en un negocio, como la importación de vehículos, por ejemplo, se le ocurra que el Estado debe apoyarlo, recortando la salud para compensarlo. Hay que hacerse responsable de las decisiones propias.
Ahora, los artistas son más sensibles que cualquier otro gremio, entonces quizá se pongan a apoyar. Las exoneraciones tributarias para sectores privados que apoyen a algún gremio, por ejemplo, serían muy útiles. Le diría a Moreno que si tiene que recortar el apoyo a la cultura, pues que deje una llave para el sector privado.
¿Es posible llegar a ser presidente del Ecuador sin ser populista?
No. La gente está acostumbrada al asistencialismo y al paternalismo. La sociedad es un horror también. Si les dices a las personas la verdad de las cosas, no votarán por ti. También hay que entender que, para mucha gente, el bolsillo es algo urgente, por eso dejar el asistencialismo y pensar a largo plazo se vuelve complicadísimo.
A diferencia del personaje principal de tu última novela, tú has asegurado que no quieres morir aquí…
Así es. He reafirmado mi decisión cada vez que alguien la comenta y vienen con el discurso de que hay que quedarse a luchar. ¿Luchar por quién?, ¿por quien me lo exige a la vez que me insulta?
El Ecuador tiene a tres millones de personas que migraron, que se largaron pensando lo mismo que yo pienso ahora, que este país es una mierda, donde les robaron, no les dieron trabajo ni oportunidades y nunca los educaron. Por eso se fueron y se van. A esos migrantes no les vas a decir ‘por qué no se pusieron a luchar’. Entonces, ¿por qué decírmelo?
Quisiera vivir en un lugar donde el trabajo y el futuro de mis hijos no estuvieran amenazados por la corrupción. Para mí, los territorios no tienen sentido, no son chauvinista ni nacionalista. Me iré a otro sitio.
¿Cómo sería un lugar más tolerable?
Sería uno donde ‘el otro’ exista. Aquí el otro ‘te vale’. Cómo entender, por ejemplo, que centenares de padres de familia nieguen que hubo violaciones en un colegio porque a los hijos de ellos no les pasó lo malo. Los latinos nos damos esa cualidad de que somos amorosos, cálidos y los gringos, fríos; que pueden serlo, pero respetan tu espacio, eso es más importante que el ‘pana’ que te abraza, es cariñoso pero no recoge la caca del perro, la deja botada en la vereda o hasta te da una puñalada.
Más que calidez, debe haber respeto hacia el otro, que este exista. Ahí, cuando haya esa empatía, dejas de ser abusivo o ‘bacán’, que aquí se cree que es lo mismo, pero no es así. Hay prioridades, formas civilizadas de coexistir en todos los ámbitos. Porque si no, incluso, vemos casos en que una familia protege a un abuelo abusador o la iglesia traslada a los violadores, sin condenarlos.
¿Por qué en un país que generalmente irrespeta las leyes, unos padres de familia son capaces de defender ciegamente a instituciones educativas llegando incluso a encubrir esos hechos?
Porque somos hipócritas. No confiesan lo mal que andan en la vida, quieren que parezca que todo está bien. En el colegio Benalcázar, por ejemplo, me ha dado ganas de entrar y tumbar aquella pared donde está la frase: “Aquí solo se dice y se enseña la verdad”. ¿Qué es eso?, fascismo. Todos nos creemos los mejores, decimos que pasa nada, pero pasa todo. Y el 70% de agresiones sexuales a menores es cometido por parientes, es un problema de las familias que se oculta.
El caso Restrepo, por ejemplo, es una forma de encubrirse de la Policía, un espíritu de cuerpo entendido al revés, del que no se han recuperado aún. Por haber tapado a unos cinco hijueputas, la Policía es menos respetada y no hay justicia.
Igual ocurre con la Iglesia católica: salta el caso de un violador y lo protegen; el que mucha gente vea en la palabra cura un sinónimo de pedófilo es culpa de ellos mismo. La reacción que provocan es la contraria a la que quisieron tener, por querer tapar algo, formaron una represa. De lo cual me alegro, les pasa por encubridores.
En las familias antiguas, en los pueblos, el niño que nacía distinto, enfermo era ocultado de por vida. Eso es inhumano y una falta de sinceridad.
Suele ocurrir que los conservadores nos muestran, de forma involuntaria, lo que es perjudicial, retrógrado: terminan exponiendo más de lo que ocultan…
Está bien que haya curuchupas. La gente que crea en lo que le dé la gana en materia religiosa. Lo que está muy mal es que quieren convertir su credo en Código Civil. Ahí salto, cuando toman el Génesis, como hizo el Arzobispo de Guayaquil, y quieren legislar: que solo haya hombre y mujer, que esto es o no matrimonio, que aquellos pueden casarse y estos otros no.
Las formas de creer en algo son una cosa; las políticas públicas, otra. Correa no debió detener el debate sobre el aborto porque ‘iba en contra de su moral’. No se pueden convertir los dogmas religiosos en leyes civiles, eso no le conviene a la sociedad.
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Iñaki (nombre vasco), Iñigo (catalán) e Ignacio (su equivalente castizo) pueblan la trilogía novelesca de Lugo, una que acaba de cerrarse con 207. En los cuentos del libro Abraza la oscuridad estaban planteados los temas de cada historia, confiesa el autor, pero la madurez lo ha llevado a estar ‘más satisfecho’ ahora que con Veinte y 7.
¿En qué momento empezó a preocuparte la muerte como tema?
Es que ha sido muy cercana a mí, desde los 20 años. En mi primera novela hablé de eso, de la muerte de un amigo en un accidente de tránsito. Esa presencia siempre estuvo ahí. Hace 16 años falleció mi abuelo y soy ateo en serio, entonces, sé que no voy a volver a ver a esas personas que parten. Por eso a la muerte le tengo pánico, porque no tengo esperanza en reencontrarme con quien muere. Es un tema literario porque es absoluto.
Quiero terminar con la imagen de la trilogía. Por eso Ignacio tenía que morir, no de forma inesperada, sino pensando, y que así me ayude a contar el final de su historia.
Jacques Lacan decía que está bien tener esperanza, a través de la fe, en que habrá algo después de la muerte, porque sin eso nos volveríamos locos…
Estoy de acuerdo. Considero como un talento la capacidad de sobreponerse a través de la fe, es un talento de evasión maravilloso. Si dejas de hacerte mierda gracias a tu fe, está bien.
¿Qué determina que un hecho o reflexión se convierta en ficción?
Mucho de lo que escribo se basa, más o menos, en lograr horas de ficción a partir de minutos reales (…) Necesito partir de algo concreto, ese suele ser mi inicio. Muy rara vez se da que pueda ficcionar de la nada. Si me pusiera a analizar tal vez encuentre unas cinco historias totalmente ficticias en todo lo que he escrito.
No todo lo que se escribe y salva al autor es publicable. ¿Qué permite que lo sea?
La aproximación. A nadie le interesa que le cuentes sus penas. Pero si te conviertes en el cronista de estas, no en el personaje de tus penas, tienes un mejor acercamiento a la literatura. Hay que hacer el esfuerzo de salir de uno mismo y hacer una crónica sobre tu pena desde fuera. Ese es el material de todos. Tu pena tiene que ser el pincel, no el cuadro.
Después de la muerte que cierra la trilogía de Rafael Lugo, un par de temas de su narrativa publicada tendrán una esperanza de vida, en nuevos libros, pero ver eso es cuestión de tiempo y de aquello que para el autor parece ser el motor de la creatividad: la paciencia.